La soledad de ella (La vida de los árboles)

Es su soledad, no la mía.
Tiene nombre propio,
tiene forma, carácter, ojos y brazos.

Es su soledad, no la mía.
Tiene belleza, tiene ideas,
me tiene y yo la tengo,
pero no es mía, ¡es de ella!.

Es su soledad, no la mía.
Vive conmigo, piensa conmigo,
duerme, sueña, se despierta a mi lado
incansable al lado mio, a veces me cuida,
a veces me olvida.

Es su soledad, no la mía.
Nunca dice nada, es callada, es sencilla,
ella observa y asiste, me asiente en los días,
me busca, la busco, me acompaña en la mirada,
le hablo, la nombro, me despierta por las noches,
y me grita con su silencio.

No es ella, pero es ella,
es la soledad de ella,
es el reflejo, de lo que queda en mi recuerdo.

Poesía...

Ahora me vendrás con la duda,
con la palabra en la mano,
y aunque no sea el principio de nada,
imagino que me sonreirás como siempre.

Andarás con los pasos medidos,
con el suspiro entrecortado,
y yo haré como si no hubiera pasado nada,
como si el tiempo se hubiera congelado.

Dejaré que asistas primero para que yo, pueda mirarte después,
y saber lo que ya presiento, que me vendrás con las heridas,
esas mismas heridas que yo mantengo también,
de un invierno que nunca nos hizo justicia.

Granará en el papel el verso equivocado,
y nos sorprenderá la tinta porque aun estará viva,
pero con las intenciones ya apagadas.
Sé que estos versos no viajarán a ninguna parte,
pero es inevitable que vuelva a escribirte.

Entendiéndome (La vida de los árboles)

Nunca me acostumbré a aceptar que la vida tiene que seguir,
por unos motivos que no pretendo ni entiendo.
No llego a comprender porque para algunas personas,
la libertad se basa en la cantidad y no en la calidad.

No dejo de sorprenderme que esconder, a veces,
resulte no ser engañado, tan solo que no se dijo todo,
y no comprendo por qué avanzar es a veces sustituir.
Me aterra la gente que se niega a no querer saber antes de seguir.

No acierto por qué a veces irse es para volver,
y volver es para empezar. Nunca lo hacemos, tan solo lo pensamos.
No entiendo por qué a veces uno no se empeña en cerrar los ojos.
El corazón no precisa de la vista para poder ver lo que a uno,
no le gusta sentir.

Nunca he comprendido que haya vergüenza en dar un beso,
y no para desnudarse. El pudor se vende barato.
Pensamos que así disfrutamos de nuestro cuerpo.
Nos hacemos daño sin querer queriendo.

No alcanzo por qué la gente piensa que gritar
es signo de llevar la razón, ni que en esta vida
solo se aprende a base de golpes.

No entiendo ese afán de no querer estar solo,
de querer estar al lado de alguien porque así,
uno se siente más seguro, ¿seguro de qué?.
No saben el daño que hacen con su inseguridad.

No hallo por qué crecer significa tener prisa,
día que se marcha, día que no vuelve.
Dejamos de contemplar lo que podemos llegar a ser,
para terminar siendo lo que los demás quieren que seamos.

Nunca he comprendido el machismo ni el feminismo,
siempre me he preguntado qué les ocurrió aquellos,
para terminar viendo al sexo opuesto como un objeto.
Sin darse cuenta se pierden ¡tantos sabores!,
pero el odio es así, una forma inerte de sentir a ciegas.

Nunca llegaré a aceptar,
en ninguno de sus géneros ni de sus formas el maltrato.
Me apiado de ellos porque viven con el infierno,
errantes entre la cordura y la locura.

Creo que nunca entenderé ciertas cosas,
pero me basta con entenderme, eso ya es un principio,
y en los principios todo puedo empezar.

Paredes (La vida de los árboles)

Me falta tiempo, me sobran los días,
me ahogan las noches,
me enredo entre sabanas frías,
me consumo delante del papel
y suplico a la tinta que está vez sea la última.

Me duele el pecho y presiento
que esta vez no es por el humo.
Me he dado cuenta que mis lágrimas no saben amar,
y mi voz es tan frágil, como estas manos que escriben.

Me devoran los versos, las pasiones pasadas,
el frío del poeta cuando recuerda
que un poema no cobra vida.

Me agotan las vidas de los demás,
los principios, sus distancias,
la forma de vida que pretenden consumir.

Me canso de no poder olvidar,
de tener que gravar cada acto de esta función disparatada,
para luego saber que de nada sirvió rezar.
Y volver a empezar pero nunca poder encontrar el principio,
tener esa sensación que todo termina siendo,
una copia sobre otra de algo que ya viví en mi memoria.